LA PLAYA
Oía voces a lo lejos, retazos de charlas y risas cómplices. Sin poder abrir los ojos del todo, adivinaba el montón de arena con pretensiones de castillo y al fondo, el calor cegador que atravesaba sus párpados semicerrados. No recordaba desde cuando llevaba siendo "el que alquilaba las tumbonas en la playa", en ese estado de confusión de la hora de la siesta, le venían, como en ráfagas, imágenes difusas de las telas a rayas blanquiazules de las hamacas, el sudor de las latas frías de cerveza, arena pegada en la piel bronceada y sobre todo, una indescriptible sensación de tranquilidad. Suponía que alguno de los gritos iban dirigidos a él, demandándole uno de esos objetos que alquilaba. Poco a poco las voces fueron haciéndose más nítidas, las risas más claras. Oyó su nombre en una voz vagamente familiar, pero fue la patada en la silla lo que acabó por devolverle a la realidad.
- Fernández!!!, una cabezadita más, solo una más y se va a dormir a la puta calle!!!!
Las risas se apagaron, pero las miradas burlonas de sus compañeros de oficina lo sumieron en un estado de abatimiento. La luz cegadora del sueño se convirtió en el frío fluorescente de siempre y en ese momento tuvo claro que era la última siesta que le amargaban. No se molestó ni en apagar el ordenador, se puso la chaqueta y dijo, "me voy, tengo cuatrocientos kms antes de poder terminar la siesta".