La nube esperó, luchando contra el viento que la empujaba, pues sabía que alguien dentro de la torre deseaba subirse a ella. Apenas faltaba media hora para la puesta de sol y debería estar descargando su agua a unos kilómetros de allí. No podría aguantar mucho tiempo sobre esas piedras oscuras. Poniente, indignado, sopló con todas sus fuerzas, arrancando las pocas casetas de madera que en esta época del año permanecían en la playa cercana. La arena ocultó el castillo y los caminos que lo rodeaban. La nube, incapaz de resistir tal empuje, se alejó soltando una estela formada por infinitos trazos anaranjados. En el interior de la torre, una hermosa mujer se había quedado dormida mientras contemplaba un álbum de fotografías de sus nubes preferidas.