EL VAMPIRO DESDENTADO
Vladimiro Stacazo era el único de su especie en muchos kms a la redonda. Y el único en su situación, al menos que él conociera. Su vida estaba plagada de contradicciones, soportaba la luz solar pero no había sido capaz de clavar sus colmillos en un cuello humano. La primera vez que lo intentó en serio, había dejado el trabajo a medias. Recibió un rodillazo en la entrepierna y una denuncia por intento de violación y lesiones. Su "víctima", una rolliza charcutera del Carrefour, se fue con un insignificante arañazo en el cuello. El se pasó dos horas inconsciente, ocho en comisaría y doce en un autobús huyendo de la justicia y de la vergüenza al pensar lo que dirían sus amigos al enterarse de su fracaso. Tras la espantada, vivía en una pequeña ciudad de la costa y su vida no era del todo mala. Incluso habría mejorado de no haber sido por aquel inútil que se intentó suicidar lanzándose desde lo alto de la delegación de hacienda justo en el momento en que él pasaba por allí. Oyó un grito que provenía de arriba y miró al cielo. Sólo le dio tiempo de ver una enorme cabeza, impulsada por los 110 kgs del resto del cuerpo, golpeando su abierta y sorprendida boca. Sus gafas de sol ni se arañaron, pero la mayoría de sus dientes quedaron esparcidos por la acera. El suicida salvó su vida y hacienda le concedió un aplazamiento, motivo por el cual se había lanzado al vacio.
Después de una temporada alimentándose a base de batidos de morcilla, un dentista le arregló como pudo el estropicio. Le aseguró que al menos, le quedaría una bonita sonrisa. Seguramente fuera cierto, a él le daba igual, no había sonreído en toda su vida y no veía motivos para hacerlo ahora.
Pasaba los días en el museo marítimo, observando la colección de mandíbulas de tiburón y suspirando por unos dientes así. Por las noches espiaba a los jóvenes hacer botellón, en concreto a los grupos de "siniestros", le encantaban esas criaturas de pieles blancas, ojeras y maquillajes imposibles. Hipnotizado por sus cuellos y con problemas para cerrar bien la boca desde el accidente, lo tomaban por un retrasado o un pervertido.
Ahora vive medianamente feliz con María Dolores, una novia hemofílica y masoquista que conoció en un chat de internet. Reciben frecuentes visitas a casa de los servicios de emergencias, los sanitarios, acostumbrados, la llevan a ella al hospital con una sonrisa plácida en su rostro. La misma sonrisa que aparece en la cara de Vladimiro cuando se lava la cara y elimina los restos de sangre antes de irse, satisfecho, al bar de la esquina.
El camarero, cuando oye una sirena de ambulancia cerca, sin que nadie se lo pida, comienza a preparar un bloody mary.
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