EL BUZO 2
Esa mañana parecía igual a otras, un sol brillante, el calor, que obligaba a la gente a buscar protección en las sombrillas y alivio en las cervezas heladas, la ausencia de viento hacía que el ambiente resultase pegajoso, casi tropical. Ningún rostro mostró sorpresa cuando el buzo caminó por la calle principal camino de la playa, quizá alguna sonrisa compasivamente burlona, alguna palabra de ánimo, tan solo el estanquero, al pasar frente a él, notó un brillo especial en la mirada del extraño paseante. Devolvía cortés, con una sonrisa, los saludos de os vecinos, ya acostumbrados a su atuendo, y contestó un lacónico "hoy", cuando uno de los abuelos que hacían guardia permanente a las puertas del asilo le pregunto, ¿Qué, cuándo nos mojamos?
En el pueblo se preguntaban si se habría ahogado, regresó diez días después, con la misma sonrisa y el neopreno húmedo. Nadie se explicaba donde podría haber estado todo ese tiempo.
A la mañana siguiente, vestido con una camiseta y bermudas, bajó al bar habitual a desayunar, le dijo al camarero que se iba a escalar una montaña y que seguramente le llevaría algún tiempo.
Había visto la montaña mientras buceaba, ahora tenía que encontrarla. El camarero no le llevó la contraria, se veían tantas cosas hoy día, que por qué no una montaña nevada bajo el mar.
El buzo le prometió que volvería en unos meses, o años, todo dependía de la montaña. Las hay de muchos tipos, le explicó, la que él buscaba era un poco esquiva, huraña como una mujer celosa e inalcanzable como el horizonte, pero había visto su reflejo en el fondo del mar, solo era cuestión de paciencia.
Con la mirada fija en el reloj de la pared pidió un carajillo y una ración de churros. El camarero le oyó murmurar algo sobre cambiar las aletas por un gorro de lana.