CAMBIO DE PAISAJE
y la necesidad de descanso, los 5 minutos se han convertido en mes y pico.
Se acabó el mar y el levante hasta febrero, ahora la ribera, los campos de lúpulo vacios
y la niebla ocultando las heladas y las intenciones.
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Cuatro días antes de finalizar las vacaciones el niño desapareció. Los padres, alarmados, avisaron a la guardia civil, a los vecinos, a la cruz roja y a todo aquel que pudiera ayudarles a encontrarlo.
"Es un niño normal, le encanta jugar en la playa, tiene muchos amiguitos, va bien en el cole, no se ha escapado, seguro que lo han secuestrado", decía la madre, entre lágrimas, al guardia que estaba tomando los datos del pequeño. Día y noche lo buscaron por toda la zona.
Las preocupaciones del niño, sentado en la arena de una solitaria playa cercana eran de otro tipo. Le quedaba un bollicao, una bolsa de patatas y media cocacola. Se le había acabado lo mas importante, la nevera de camping que había cogido del coche de su padre estaba vacía. El frío no había mantenido los flashes congelados mas de un día.
No merecía la pena, ya no se escondería cuando viera a la gente buscándole, se dejaría encontrar.
En el centro de salud, donde esperaba a sus padres, acompañado del guardia que lo encontró y del médico que le hizo un reconocimiento, el niño negó con la cabeza, muy serio y mirando al suelo, cuando le preguntaron si se volvería a escapar. No había pronunciado ni una palabra desde que lo encontraron. Pensaba en un alargado trozo de hielo con sabor a limón. Al oir el coche de su padre, y luego los gritos de su madre, levantó los ojos hacia el médico y le preguntó: ¿Sabe si hay alguna nevera que funcione con pilas?
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¿A qué tipo de ayuntamiento se refiere la amargura?
¿Al carnal, al de los pillados con las manos en la masa o en los presupuestos y comisiones?
¿Ayuntamiento insatisfactorio o frustrado?
¿Con prevaricación o con coitus interruptus?
(Cariño, te lo puedo explicar o Sr. juez, esto no es lo que parece)
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Esa mañana parecía igual a otras, un sol brillante, el calor, que obligaba a la gente a buscar protección en las sombrillas y alivio en las cervezas heladas, la ausencia de viento hacía que el ambiente resultase pegajoso, casi tropical. Ningún rostro mostró sorpresa cuando el buzo caminó por la calle principal camino de la playa, quizá alguna sonrisa compasivamente burlona, alguna palabra de ánimo, tan solo el estanquero, al pasar frente a él, notó un brillo especial en la mirada del extraño paseante. Devolvía cortés, con una sonrisa, los saludos de os vecinos, ya acostumbrados a su atuendo, y contestó un lacónico "hoy", cuando uno de los abuelos que hacían guardia permanente a las puertas del asilo le pregunto, ¿Qué, cuándo nos mojamos?
En el pueblo se preguntaban si se habría ahogado, regresó diez días después, con la misma sonrisa y el neopreno húmedo. Nadie se explicaba donde podría haber estado todo ese tiempo.
A la mañana siguiente, vestido con una camiseta y bermudas, bajó al bar habitual a desayunar, le dijo al camarero que se iba a escalar una montaña y que seguramente le llevaría algún tiempo.
Había visto la montaña mientras buceaba, ahora tenía que encontrarla. El camarero no le llevó la contraria, se veían tantas cosas hoy día, que por qué no una montaña nevada bajo el mar.
El buzo le prometió que volvería en unos meses, o años, todo dependía de la montaña. Las hay de muchos tipos, le explicó, la que él buscaba era un poco esquiva, huraña como una mujer celosa e inalcanzable como el horizonte, pero había visto su reflejo en el fondo del mar, solo era cuestión de paciencia.
Con la mirada fija en el reloj de la pared pidió un carajillo y una ración de churros. El camarero le oyó murmurar algo sobre cambiar las aletas por un gorro de lana.
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La conversación con su amiga quedó bruscamente interrumpida. Algo que él dijo, o algo que ella recordó en ese momento, hizo que la charla convirtiera en doloroso presente un pasado intencionadamente olvidado.
Un beso de despedida con sabor a incógnita, un "ciao, hasta mañana" y él se quedó incómodo y preocupado. Al mismo tiempo que intentaba descifrar qué había sido lo que debería haber callado, pensaba en sus propios recuerdos, en aquellos que aún le acechaban de vez en cuando, dispuestos a clavarse en su carne como un estoque en manos del matador, cuando intentase mirarlos de frente y se dispusiera a embestirlos. Aunque no eran frecuentes,eran abundantes,
se podían esconder en una foto, en un objeto, en una canción, y esperar agazapados, meses, años, hasta el momento adecuado para lanzar su ataque.
La mejor forma que él tenia de enfrentarse a ellos cuando esto ocurría era reciclarlos. No de una forma metafórica, sino transformarlos sin destruirlos. Con su cambio de apariencia se volvían casi inofensivos y evitaba luchar contra esa fuerza misteriosa que le impedía arrojar determinadas cosas a la basura. El único inconveniente era la gran cantidad de espacio que necesitaba, cajas, estanterías, contenedores de plástico, todo era poco para la desproporcionada acumulación de objetos en apariencia inútiles.
Tras duras negociaciones consigo mismo, había conseguido deshacerse de parte de ese lastre que encarecía sus frecuentes mudanzas.
La solución final solo podía llegar el día que pudiera transformarlos a todos ellos en objetos y repartirlos, venderlos o regalarlos a otras personas que los miraran con unos ojos distintos a como él los veía.
Cada uno lucha con las armas que tiene, se decía a sí mismo mientras le quitaba el óxido a un viejo pistón de aluminio.
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Se quedaron encerrados en consonantes, vocales, cristal, pulgadas. La letra les unía cual fumador acérrimo a su nicotina con su recién despertar. Tras largas conversaciones a pulsaciones, interpretando cada letra, cada tilde, un desasosiego inexplicable le recorrió cada recoveco de su cuerpo ¿qué ocurriría si sus miradas no fueran tan cómplices como la prosa?. Ella le susurraba a diario con onomatopeyas y gran imaginación “estamos aquí para evolucionar y no para acumular”, y de esta guisa se quedó sin tinta… se sintió un estanque sin cascada ni viento que la devolviera aguas vírgenes. Inamovible en una silla, enjaulada en 17 pulgadas. ¡Quiero ser real, oler, susurrar, tocar!.
No quería ser más letra, verso. Anhelaba escuchar una risa y no leerla. La magia de la escritura se escondió en un puerto USB, la manipulación de la tecla empezaba a ser ardua tarea, que la línea se cayera ya no era importante… Él tomó una decisión, y ella también.
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Jean Francoise Gaston de Petitpois Deshavillé, alias Tragasables, era notario y registrador de la propiedad en una ciudad al norte de los Pirineos. En cierta ocasión, registrando, no un inmueble, si no cierta parte de la anatomía de un cliente que había acudido a él con unas escrituras de dudosa propiedad, entró en el despacho la esposa y titular de los papeles y hasta ese momento, beneficiaria también de lo que Tragasables mantenía en su boca, no sin cierto esfuerzo. La sorpresa de verse privada por partida doble de la confianza conyugal y los atributos carnales que se le suponen, junto con la sospecha de turbias manipulaciones en su patrimonio, provocaron un ataque de ira tal, que dejaron al libertino esposo magullado y al notario con una inflamación de garganta y a punto de asfixiarse mientras intentaba zafarse de lo que unos instantes antes succionaba con voracidad. El resultado de tan inesperada visita fue el divorcio del cliente y el fin de las actividades (notariales) de Jean Francoise. Traspasó la oficina que había sido la fuente de sus ingresos y donde había obtenido cuantiosos beneficios y también entretenidos y nutritivos momentos de relax y abandonó la ciudad. Decidió que necesitaba unas vacaciones. Lejos, lo mas lejos que pudiera llegar en coche sin que la mala fama recién adquirida le importunara. En la cuarta gasolinera que paró a repostar camino de la costa, ya fuera del alcance de la gendarmerie se encontró con Fernández, un tipo que conducía una furgoneta, cargada de personas y equipajes y sin destino fijo. Compartieron un café y una charla, alguna confidencia, (sin entrar en demasiados detalles) y desde ese momento, todos le llamaron "Paquito". El sencillo plan de futuro que le habían explicado lo encandiló. ofreció sus conocimientos en materia legal y su capacidad de aguantar la jornada laboral al sol. De esto último no quedaron muy convencidos sus nuevos amigos al ver el tono lechoso de su piel, pero ilusión no parecía faltarle. Se pusieron en marcha de nuevo, sin el destino todavía fijado pero con un integrante mas en la troupe. Paquito estaba contento, por el cambio de rumbo y porque nadie le llamaba por su anterior mote. Ya se encargaría Fernández de rebautizarle cuando lo conociera un poco mas, ahora estaba ocupado en encontrar el lugar ideal y poner en funcionamiento un negocio donde pudiera trabajar lo mínimo y dormir todos los días la siesta. Esto último fue lo que animó a Paquito a emprender la aventura, la promesa de siesta diaria.
añadido a la furgo de Fernández por Gitanius
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Oía voces a lo lejos, retazos de charlas y risas cómplices. Sin poder abrir los ojos del todo, adivinaba el montón de arena con pretensiones de castillo y al fondo, el calor cegador que atravesaba sus párpados semicerrados. No recordaba desde cuando llevaba siendo "el que alquilaba las tumbonas en la playa", en ese estado de confusión de la hora de la siesta, le venían, como en ráfagas, imágenes difusas de las telas a rayas blanquiazules de las hamacas, el sudor de las latas frías de cerveza, arena pegada en la piel bronceada y sobre todo, una indescriptible sensación de tranquilidad. Suponía que alguno de los gritos iban dirigidos a él, demandándole uno de esos objetos que alquilaba. Poco a poco las voces fueron haciéndose más nítidas, las risas más claras. Oyó su nombre en una voz vagamente familiar, pero fue la patada en la silla lo que acabó por devolverle a la realidad.
- Fernández!!!, una cabezadita más, solo una más y se va a dormir a la puta calle!!!!
Las risas se apagaron, pero las miradas burlonas de sus compañeros de oficina lo sumieron en un estado de abatimiento. La luz cegadora del sueño se convirtió en el frío fluorescente de siempre y en ese momento tuvo claro que era la última siesta que le amargaban. No se molestó ni en apagar el ordenador, se puso la chaqueta y dijo, "me voy, tengo cuatrocientos kms antes de poder terminar la siesta".
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ella- me has sacado más gorda.
el- habrá sido sin querer, y tu a mi más calvo y bajito.
ella-eso será la digital, con la otra te sacaba mas pelo.
el-no se yo, tu sales igual.
ella-¿el barco no sale muy pequeño?
el- porque está lejos
ella-pero es grande
el- ya, pero el mar es más grande.
ella. pues me has sacado gorda.
el- haberte puesto donde el barco.
ella-que desagradable eres cuando quieres.
el- y tu que pesada.
ella- ¿ves? Reconoces que me has sacado gorda.
el- en las que nos ha sacado el tío ese de la coleta estamos mejor.
ella- porque ha hecho muchas.
el- ¿y que mas te da? las voy a pagar yo.
ella- pues que menos, yo pago el hotel.
el- también lo has elegido tu, yo prefería el hotelito de la sierra
ella- la última vez dijiste que no querías volver
el- no lo recuerdo, eso sería del restaurante, que nos dieron el palo y comimos fatal
ella- yo comí bien, tu por no hacerle caso al camarero, que te empeñaste en pedir pescado
el- a los camareros no hay que hacerles caso, te quieren vender lo mas caro o lo que se les estropea.
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Estaba sucediendo de nuevo. Meses atrás, cada vez que llegaba a casa, ella tenía la sensación de que alguien había estado allí en su ausencia. Trabajaba por las tardes y casi nunca terminaba antes de las nueve o diez de la noche. Esa extraña sensación le duró unas semanas. No es que le faltara algún objeto,o estuviera algo fuera de su lugar habitual,mas bien al contrario, nunca había sido una maniática del orden y eso era precisamente lo que le intrigaba. De repente se daba cuenta que los mandos de la tele y dvd estaban alineados en la mesa, el agua del búcaro donde solía tener alguna flor estaba como recién cambiada, el monitor del pc no tenía ni una mota de polvo, el montón de libros sobre la mesa, ordenados por tamaño, los cds en sus cajas y colocados en la estantería, infinidad de detalles que no eran propios de ella salvo los días de limpieza general, habitualmente los sábados.
Ahora todo eso volvía a repetirse con una novedad, cada día aparecía algo nuevo que antes, y de eso estaba segura, ella no tenía.
Un día era una piedra de caprichosas formas, al otro era una postal antigua, una figurita hecha con alambre, una planta nueva en el balcón, todas ellas, cosas que se hubiera traído a casa de haberlas encontrado ella misma. Eso la inquietaba, quien estuviera entrando es su casa conocía sus gustos. Se pasó horas, días, pensando en la gente de su entorno, tratando de averiguar la identidad del intruso, pero no le encajaba con nadie de sus amigos, y un desconocido era imposible que la conociera tan bien. Nunca notó que abriera armarios o cajones, o tocara cualquier otra cosa que no estuviera a la vista. Puso inocentes trampas de polvos de talco, hilos ocultos, marcas con lápiz, pero nada, el intruso solo ordenaba el pequeño apartamento con un esmero mas personal que profesional. No sentía temor, pero no le gustaba la idea de que alguien entrara a su antojo en su casa, por supuesto había cambiado las cerraduras dos veces, pero esto no había funcionado. Al final, descartada la idea de acudir a la policía, pues estaba convencida de que no era alguien peligroso, decidió colocar una cámara oculta para descubrir su identidad. Encontró una tienda especializada y allí llevó una tiovivo hecho de hojalata que el mismo visitante anónimo le había dejado. No le costó barato, pero nadie habría adivinado que allí dentro se ocultaba una minicámara. Aprovechó para hacerlo la semana que una amiga se había alojado en su casa y que el desconocido, por el mismo motivo, no había aparecido. Ni siquiera a su amiga le comento lo que ocurría, en realidad no se lo había dicho a nadie. Estaba segura de que le aconsejarían contárselo a la policía o al psiquiatra, a este último, si reconocía que las visitas del intruso ya llevaban un año produciéndose.
Cada noche, al llegar a casa, conectaba la cámara al ordenador y revisaba la grabación, desde el día que la había colocado, cesaron las señales de las misteriosas visitas. Los mandos volvían a estar sobre el sofá, las revistas repartidas por el salón, su pequeño desorden diario volvió a reinar en la casa, y con ello una falsa sensación de tranquilidad. El colorido e inutil tiovivo espía nunca detectó presencia alguna, y ella comenzó a echar de menos las pequeñas sorpresas que antes la inquietaban. Meses mas tarde, convencida de que ya todo había vuelto a la monótona normalidad de antes, desconectó la cámara y regaló el juguete a su sobrino.
Esa noche, al abrir la puerta, un olor a incienso de vainilla y canela, sus preferidos, le hizo sonreir, antes de pasar al salón sabía que el mando de la tele estaría en la mesa y los cojines del sofá ahuecados y aguardando a que ella se sentara a descansar.
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Alguna vez sonaba el teléfono, su hijo, llamada breve, con sonido de fondo de teclas, faxes, conversaciones bursátiles de una multinacional… - En cuanto tenga tiempo iré a verte Mamá – de esto hace casi un año desde que se vieron por última vez en la misa recordatoria del fallecimiento de su padre.
Ella colgaba con una sonrisa, disculpando y entendiendo que aquella empresa requería más de su presencia que ella.
Cuando era jovenzuela conoció a D. Manuel, hombre delgado, canoso, alto, apuesto y de poesía de pluma abrumadora; Dª Pilar atractiva, de largas pestañas y curvas pronunciadas.
D. Manuel era ferroviario, pasaba muchas noches fuera de las sábanas que Dª Pilar había lavado a mano con jabón hecho en un barreño removiendo sin cesar.
Vivían en una comunidad de ferroviarios donde las puertas de las casas en raras ocasiones se cerraban, “Mi casa es tu casa”. Qué de secretos inconfesables guardan aquellas reuniones de “Pilares” en el rellano de la escalera.
Con el tiempo, aquella comunidad fue llenándose de visitas esporádicas de nietos, fueron desapareciendo los “Manueles”; ahora el rellano, con ascensor, invento que Dª Carmen la del 4º agradeció, se convirtió en viudas con historias y avatares dignas de un buen libro.
El gran secreto, capricho y fuga del rellano de Dª Pilar, su Café Central, qué pensarían las “Pilares” ¡Qué hace una mujer sola en un bar!.
Allí, mirándose en aquel espejo de concha dorado, veía nuevamente a aquella jovenzuela sensual, de largas pestañas y de curvas pronunciadas sin fin e irresistibles que tan loquito habían vuelto a D. Manuel, y en su mente sin cesar, a él le encantaba mecer sus caderas con “As time goes by…”
escrito por Ana
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-Hola ,¿sí quien es? ¿Sí?.. hola otra vez , mire le llamo porque estoy buscando una buena excusa.
-Muy bien , usted dirá lo que quiera pero aquí no queda ni una .
-Vaya y… ¿sabe usted dónde puedo encontrar alguna?
-Buf… mal asunto, la ultima la acabo de utilizar yo,
-¿ Qué tal era? sí no le molesta que se lo pregunte,
-No en absoluto , era una buena excusa, que he dado a alguien que llamó antes que UD.
Ya es mala suerte, he llamado demasiado tarde.
-Sí eso es......
-No será que me está dando UD. otra excusa
-No ,ya le he dicho que no me queda ni una
-Pero espere ,entonces… ¿ no la había utilizado UD antes ? ahora me dice que se la ha dado al que ha llamado antes que yo.
-Quiero decir la he utilizado yo para librarme del anterior y sabe una cosa , me estoy empezando a arrepentir de no haberla guardado para UD.
-Hubiera sido estupendo, porque yo necesito una ....y buena.
-Joder ya me tiene raro ,exactamente¿ para que coño quería esa excusa que tanto necesita? Vamos, si no le importa que se lo pregunte
-No al contrario.. encantado de contestarle …para , ejem, la necesitaba.... para mi jefe.
-¿ Para no ir a trabajar?
-No, no , que va, estoy en el trabajo
-entonces no lo entiendo,
-Deje que me explique…es para él , después de diez años necesita una buena excusa para no subirme el sueldo,
-Ahhh, ahora sí , ya entiendo …pero lo siento, no puedo ayudarle …. aunque …. ¿para que quiere darle a él una excusa para utilizarla con UD?
-Hombre.., era un detalle , es nuestro décimo aniversario
-¿Y por que no le regala otra cosa?
-Es lo que tendré que hacer ya que a UD no le queda ni una excusa
-No ya le dije antes que ha llamado tarde
-Ya es mala suerte
-No señor, no tiene que ver con la suerte ,es una buena excusa
-¿ No será muy cara ?
-Lo bueno suele ser caro
-Pero no sé sí le valdrá a mi jefe
-Seguro que no , no es apropiada , es demasiado , como diría... demasiado elegante para un tema tan pecuniario como el suyo, yo utilizaría otra
-¿Pero tiene más ?
-No , claro que no
-Qué faena, bueno pues muchas gracias , no le entretengo.
-No se preocupe UD no entretiene y siento no haberle podido ayudar, ya me hubiera gustado tener una buena excusa que darle.
-Hala pues nada… adiós y gracias
-Gracias a UD por llamar.
Escrito por S. Kupferman
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Lo estaba consiguiendo. No volverían a utilizarla en estas minivacaciones, aprovechó una de las frecuentes discusiones de sus amos y se largó por su cuenta. Ya estaba harta de soportarlos, ella era una buena maleta, rígida, robusta, con varios cierres de seguridad que volvían loquitos a los bolsos de mano, y con un hermoso tirador que tambien le proporcionaba momentos muy placenteros. En el trastero de la casa de los amos era fiel al baúl, un madurito, aunque un poco soso, contenedor de los de antes, pero estaba aburrida de escuchar sus historias rancias y su poca pasión. Baúl se estaba volviendo un amargado, hacía años que no lo sacaban de viaje, y en su interior solo se acumulaban objetos inútiles, moho y tristeza. Era comprensible su estado de ánimo, pero ella no quería acabar así.
Durante las últimas vacaciones de verano había conocido a Samso, un maletín, rígido como ella, pero muy divertido. Se pasaron dos horas dando vueltas en la cinta del aeropuerto, Samso era un poco lanzado, pero estaba hecho de un policarbonato irresistible. Entre risas y confidencias, consiguieron intercambiarse las etiquetas de identificación, cuando los amos tiraron bruscamente de ella y la golpearon contra el carro se prometió a si misma que a la primera oportunidad que tuviera, los dejaría plantados. Le encantaba imaginárselos en el lost & found llorando por sus pertenencias, y por una vez, gritando a otros en lugar de hacerlo el uno al otro.
Solo tenía que llegar al almacén de los equipajes no reclamados, un lugar seguro para encontrase con su deseado maletín, pasar un tiempo, y luego ya lo decidirían.
Su primer deseo era quitarse la vieja pegatina que afeaba su costado,
ya tenía el nuevo cartel adhesivo que pensaba lucir, a Samso le encantaría, "rómpeme los cierres"
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M. tiene ojos con Dolby Surround, y eso a veces atruena a los demás, incluso a ella misma.
Busca pero no encuentra, y lo que encuentra, no es exactamente lo que busca.
Quiere, y la quieren, pero eso no siempre es suficiente.
Quizás las palabras.... algunas, no todas, y no de cualquiera.
Un día se levantará por la mañana y el espejo no le devolverá su imagen, solo le hablará.
Será entonces cuando se vea.
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El recién llegado al pueblo entró a tomar un café al sitio de otras veces. En los meses que llevaba viviendo allí solía ir de vez en cuando. Le entregó el cd prometido al camarero y charlaron brevemente sobre gustos musicales. Regresó al mundo exterior concentrándose en los titulares del periódico del domingo. Antes de terminar con el primero, escuchó la voz del tipo de al lado.
-¿Tu eres de Madrid?
- Bueno, no exactamente...
- Yo estuve en el 98, en la calle Orense, joer killo, que marcha.
- Sí, hay mucha "marcha" por allí
- Entré yo solo, y al rato ya estaba en la pista bailando con una, y comiéndomelo todo
La ceja izquierda del recién llegado comenzó a trabajar inconscientemente.
- Y después al hotel NH, ¿Tu sabes cual es?
- Hay varios, uno está en..
- Este es uno muy lujoso, tuve que dejarles el número del DNI y todo
- Sí, que desconfiados, ¿verdad?
- Al día siguiente no aparecí, no tenía ni un duro. En el metro en Alcorcón o en Leganés conocí a otra, la invité a unos canutitos, pero buenos, buenos, eh, crema, crema, tu ya sabes.
Los continuos guiños del ojo derecho podían ser de complicidad o un tic nervioso.
- Pues yo acabo de votar en lo de la constitución ahora mismo.
Las cejas del recién llegado ni se molestaron en recuperar su posición natural.
- Pensaba que eso ya se había votado en el 78
- Noo, que va, es hoy, está la gente votando ahora.
- Ah, bien, espero que acierten con la papeleta. Algunas habrán caducado.
- Y del Juan Echao ese, qué me dices, ahí to flaco con los tubos puestos porque no quiere comer en la cárcel.
- Si, ya, en realidad creo que la huelga de hambre es...
- Pues que lo pague, si mata veinticinco, que lo pague.
- Claro, que lo pague...
- Yo conocí una vez a uno de esos.
Movimiento extremo de la ceja izquierda hasta rozar la lámpara del bar.
-¿A uno de esos? ¿De cuales?
- Uno del partido ese de ETA, de los que están prohibidos, que rajaba mucho de que era de esto y de lo otro, joer, tenía un material de lo mejor, ponte lo que quieras, mete bien el dedo, decía, no te cortes, pero no se yo, si eres de esos no lo vas diciendo por ahí.
- Ya, imagino por donde van los tiros...
- Llegó un día por la mañana con cinco tripis, y yo le decía que eso hay que sudarlo, yo pasé.
- ¿Seguro? ¿No te los comerías de un bocado?
- Pues al final le tocó pagarlo a mi padre, treinta y pico mil pelas y el billete del tren.
- ¿Tu padre pagó los tripis? Creo que le tangaron.
- No, tío, el hotel NH.
- Ah! El hotel...
- Yo ganaba pasta, estaba en la construcción, pero me lo había fundido todo, y la amiga de la tía de la discoteca era una calientapollas, ya sabes.
-¿La amiga? O sea que eran dos, no una..
- Joer que ganas tengo de volver a Madrid, ¿La calle Orense sigue estando tan bien?
- No creas, desde lo del Windsor está un poco quemada.
- No se como se llamaba, yo estuve en una disco de salsa.
- Ya, bueno amigo, ha sido un... placer, ya nos veremos...
-Vale tio, sí, ya tomaremos algo por ahí.
Un escalofrío recorrió la espalda del recién llegado al oir la última frase. Pagó el café y se fue directo a la playa recordando lo que le había dicho la noche antes una amiga,
"tu tienes un problema de asertividad".
Pues va a ser que sí.
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“Como era de esperar, mi diagnóstico era acertado”.
Unas semanas antes había estado en una peluquería en la cual escondían su rostro con cortinas. Transcurrieron unos minutos… ya no podía acariciar ni juguetear con su pelo, solo el suelo existente alrededor de la silla del tocador podía hacerlo. Tras barrer se llevaron parte de su alma, dejando marcado en el gres una conjetura mezclada con miedo.
Un día su habitación cambió, ahora la adornaba una peluca rubia lo más semejante a lo que fue su pelo natural.
Acudía periódicamente con una sonrisa totalmente inmune a la quimioterapia. Antes de llegar a la sala de tratamiento, pasaba por un tanatorio ubicado justo al lado de oncología, ella también era inmune a tal irónico paisaje.
Después de ocho horas de lucha, regresaba a casa con tez blanca, cansada, con sueño en los ojos y una cabeza desvelada.
Terminó el tratamiento médico… ahora aún si cabe ella tenía que luchar más. Vencer la duda, reanudar su vida, pero aquella peluca invocaba los fantasmas del pasado; un día ellos le preguntaron que hacía allí, y le propusieron tirar aquel espectro rubio.
Su pelo nació fuerte, su corazón era fuerte, su prisma veía futuro, creaba futuro dentro de ella y nos emborrachaba a todos de él.
Fue un pasado lleno de fuerza. Ella es ahora un presente lleno de LUZ.
A ti… a ti que te debo mi vida.
Publicado por Ana
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Carretera perdida
¿Tienen cámara de vídeo?
- No, Fred las odia- Me gusta recordar las cosas a mi manera
- ¿Qué quiere decir?-
Las recuerdo a mi modo, no necesariamente como hayan pasado-
El mismo amor, la misma lluvia: —¿Tenés algo de Cortázar?.
—Sí, un póster
Barrio: —La ha roto.
—Pero si era de cartón.
—De cartón, pero una tía.